Cada uno tiene su método de trabajo. Yo confío en que el libro se haga él solo. Por decirlo de alguna manera, le doy confianza. Empiezo en un punto, intuyo que la historia puede ser interesante y que hay personajes que pueden dar sorpresas conforme los vaya trabajando, pero aún no lo sé con seguridad, es una intuición. Entonces hago una especie de borrador que es como una guía muy provisional donde incluso ordeno diversos episodios que creo que pueden llegar a constituir la novela. Y sobre este guión me pongo a trabajar, de manera similar a lo que se hace con el guion cinematográfico. Durante el transcurso del trabajo me veo constantemente obligado a modificar ese guión. Eso quiere decir que la novela crece por su cuenta e impone sus normas contradiciendo, en ocasiones, a lo que yo me había propuesto. Hay personajes que en principio podían haberme parecido muy importantes, incluyendo al protagonista, pero que conforme avanzo en el trabajo no lo son tanto. En cambio, personajes muy secundarios que pensaba que tendrían un comportamiento muy episódico y funcional de repente crecen y se convierten en otra cosa. Es decir, cuando empiezo a trabajar no tengo la novela completa en la cabeza. Tengo una historia que me parece que tiene un principio y un final, pero poca cosa más. Necesito mucha paciencia para la escritura, ya que no me considero muy dotado. Mis primeras versiones acostumbran a ser horripilantes. Si escribo un par de páginas sobre una escena que me interesa, habrá sólo un párrafo o unas líneas que sirvan. No es que el resto no sirva, pero tiene que ser reescrito porque tal y como está carece de vida. A veces tardo meses en encontrar la solución a un pequeño episodio. En toda escena, por pequeña o no muy importante que sea, tiene que haber un detalle, una frase, un algo que le dé vida. Puedo encontrarlo a través de una descripción, de un imprevisto, de un detalle. Por lo tanto escribo mucho y muchas versiones.
Origen: Juan Marsé y Enric González o el oficio de ser escritor – Jot Down Cultural Magazine