Descubrí que el don de escribir era un regalo de la suerte, hecho a muy pocas personas, y que los pobres bobos que querían convertirlo en una carrera o un pasatiempo no eran otra cosa que unos miserables sacrílegos […] Yo aprendí, pues, también con Proust, la dificultad y el sentido de las jerarquías en mi pasión. Aunque, por otra parte, todo lo aprendí de Proust.
