La vulgaridad es un hogar. Lo cotidiano es materno. Después de una incursión larga en la gran poesía, por los montes de la inspiración sublime, por los peñascos de lo trascendente y de lo oculto, sabe mejor que bien, sabe a todo cuanto es cálido en la vida, regresar a la posada donde ríen los tontos felices, beber con ellos, tonto también, como Dios nos hizo, contento del universo que nos fue dado y dejando lo demás a los que trepan montañas para no hacer nada allá en lo alto.
(Leído en «Calle del Orco»)