Mi hijo de cuatro años me sorprendió hace unos meses. Estaba limpiándome los zapatos, agachado, cuando alzó la vista y me dijo:
-Mis traducciones de Palazzeschi van mal.
Retiré al momento el pie.
_¿Tus traducciones? No sabía que supieras traducir.
-Me prestas poca atención últimamente -me dijo-. Lo he pasado mal intentando decidir cómo deben sonar mis traducciones. Cuanto más las analizo, menos seguro estoy de cómo hay que leerlas o entenderlas. Y como no soy más que un poeta principiante, cuanto más se parezcan a mis poemas, menor es la posibilidad de que sean buenas. Trabajo sin descanso, cambiando esto o aquello una y otra vez, con la esperanza de encontrar por milagro una interpretación adecuada, en un inglés que sobrepase mi capacidad de imaginación. ¡Ay, papá, qué mal lo he pasado!
La imagen de mi hijo forcejeando con Palazzeschi hizo que se me saltaran las lágrimas.
-Hijo -le dije-, deberías buscar un poeta inexperto al que traducir, uno de tu edad, cuyos poemas no sean buenos. Entonces, si tus traducciones son malas, no importará.

Mark Strand. Sobre nada y otros escritos