Lectura: «Basada en hechos reales», de Delphine De Vigan

Parece que nos estuviésemos volviendo rematadamente idiotas, discutiendo una vez más sobre la realidad y la ficción en las obras literarias, como si quisiéramos ignorar que todo lo que pasa por el lenguaje se convierte en ficción, ya se trate de una narración muy ficcional o de una aproximación al propio yo. No hay una sola novela de género fantástico o sobrenatural donde no hallemos elementos sustraídos de la vida del autor, ni una sola narración autobiográfica donde no detectemos elementos de ficción, mejor o peor amañados.

de-vigan-basada-en-hechos-realesLa nueva novela de De Vigan comienza relatando los problemas de sequía literaria que le sobrevinieron tras el éxito de «Nada se opone a la noche» — también publicada en España por Anagrama—, sequía acentuada por cuantos le censuraban haber hecho una autopsia demasiado descarnada de su madre; aunque yo creo que sus verdaderos problemas se derivaron del escándalo que propiciaron ella y su amante, François Busnel, que la entrevistó en la televisión como si no la conociera, ensalzando su novela y practicando un amiguismo bastante reprobable, que los expuso a ambos al escarnio público. Partiendo de un planteamiento realista e intimista, como en «Nada se opone a la noche», De Vigan va construyendo una historia de seducción y abducción en torno a una personalidad tóxica que le debe más a Patricia Highsmith que a Stephen King, dicho sea en su favor.

La novela absorbe al lector y le propicia momentos de vertiginosa tensión, si bien nunca llegan a tener la profundidad existencial de su anterior novela. De Vigan es dueña de un lenguaje directo y eficaz, pero sus devotos exageran al proclamar sus virtudes, porque la suya no es una prosa ni inventiva ni subversiva. Dicho lo cual, me apresuro a indicar que nos hallamos ante una buena novela, si bien demasiado tributaria de un género que empieza a hastiar porque se ha convertido en una convención: la novela-realidad, ahora llamada «autoficción».

Jesus Ferrero. Babelia


 

Textos

En la época en que conocí a L., llevaba algún tiempo tomando notas en cuadernos para un proyecto de novela que giraba en torno a ese asunto o en el que éste serviría de base. Buscaba material. Procedía casi siempre de ese modo: primero investigar, luego escribir (lo que representa, por supuesto, otro modo de investigar). Eso implicaba una fase de inmersión, de impregnación, durante la cual hacía acopio de municiones. En esas fases de documentación, buscaba por encima de todo el estímulo: el que me moviera a inventar, a componer, el que me condujera cada mañana a un archivo Word cuya seguridad no tardaría en convertirse en una obsesión. […] Tenía previsto empezar el nuevo libro después del verano, cuando todo el mundo volviera al trabajo, a comienzos del otoño. Por supuesto, presentía que no iba a ser tan fácil. Tendría que reencontrar mi carril, las balizas imperceptibles de mi trayectoria, ese hilo invisible tejido de uno a otro texto que creemos tener sujeto y que se nos escapa sin cesar. Tendría que hacer abstracción de cuanto había oído y recibido, de cuanto se había dicho o escrito, de las dudas y del miedo. Sabía todo eso. Y todo eso, en lo sucesivo, constituía una forma de ecuación con varias incógnitas a la que debía someterme y de la que conocía al menos la primera línea de resolución: había que rehacer el silencio, extraerse, reconstruir su burbuja.

[…]

–Sé que ves series con tus hijos, que veis las mejores. Entonces, por favor, piensa dos minutos. Compara. Mira lo que se escribe y lo que se filma. ¿No crees que habéis perdido la batalla? Hace ya tiempo que la literatura ha mordido el polvo en materia de ficción. No te hablo de cine, que es otra cosa. Te hablo de los cofres de DVD que tienes en tus estantes. Me cuesta creer que eso no te haya quitado nunca el sueño. ¿Nunca has pensado que la novela había muerto, en cualquier caso cierto tipo de novela? ¿Nunca has pensado que los guionistas os han ganado la mano? ¿O, más bien, que os han dejado fuera de combate? Ellos son los nuevos demiurgos omniscientes y omnipotentes.

[…]

No te equivoques de batalla, Delphine, es cuanto quiero decirte. Los lectores quieren saber lo que se pone en los libros y tienen razón. Los lectores quieren saber qué carne hay en el relleno, si lleva colorantes, conservantes, emulsionantes o espesantes. Y ahora la literatura tiene el deber de jugar limpio. Tus libros no deben dejar de interrogar tus recuerdos, tus creencias, tus recelos, tus miedos, tu relación con tu entorno. Sólo con esa condición darán en el blanco, hallarán un eco.[…]

–Verá usted, no creo en el tono de verdad. Para nada. Estoy casi segura de que ustedes, nosotros, todos los lectores, podemos sufrir un engaño total con un libro que se anuncie como la verdad y no sea más que invención, artificio, imaginación. Pienso que eso es factible para cualquier autor un poco hábil. Multiplicar los efectos de realidad para hacer creer que lo que cuenta ha sucedido. Y desafío a quien sea –usted, yo, cualquiera– a deslindar lo verdadero de lo falso. Por otra parte, podría ser un proyecto literario escribir un libro entero que se proclamara como una historia verídica, un libro supuestamente basado en hechos reales, pero en el que todo, o casi todo, estuviera inventado.

delphine-de-vigan  

Delphine De Vigan. Basada en hechos reales

 

 

Esta entrada fue publicada en El oficio de lector, Lecturas y etiquetada . Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s