Lectura: «Patria», de Fernando Aramburu

En 1996, «Fuegos con limón», la primera novela de Aramburu, nos deslumbró a bastantes lectores. Era un relato extenso, sin prejuicios ni pudores, aparentemente salvaje, pero que hablaba de la fe de unos muchachos en la virtud salvadora de la literatura. Y, en su fondo, dejaba ver los perfiles de esa piedra cruel y berroqueña que la hipocresía nos hace llamar “el conflicto vasco”, “el conflicto” para sus íntimos. Veinte años después, Aramburu es algo más que un escritor de culto, y aquel pedrusco infame, ya algo cuarteado por fortuna, ha ocupado el primer plano de unos conmovedores relatos, «Los peces de la amargura» (2006), y de una breve e intensa novela, «Años lentos» (2012), cuyas estrategias narrativas —la mezcla de distancia e implicación, de autoflagelación y lucidez— nos hicieron pensar en las novelas africanas de J. M. Coetzee.

aramburu-patriaAhora la vieja piedra se llama simplemente «Patria» y el libro es una novela extensa y memorable que abarca 40 años de «fascistización» de una sociedad cerrada y recelosa y otros tantos de degradación moral de las instituciones del Estado. Allí está todo: el mundo de la lucha armada y el encarcelamiento de sus héroes, la hipócrita y cruel ocultación de sus víctimas, la constitución de una mentalidad de “pueblo elegido” y perseguido, el bochornoso papel de la Iglesia católica y sus imanes parroquiales, la diaria y sistemática práctica de división de una comunidad en buenos y malos. Aramburu ha retratado las dos caras de una sociedad arcaica y patriarcal que ha preservado los valores de unidad familiar (es significativo que castellanohablantes y euskaldunes usen la misma nomenclatura vasca de la jerarquía familiar: amona, aita, ama, osaba…) y donde la cuadrilla es el instrumento de socialización de adolescentes y jóvenes. Y queda claro que la misma mentalidad que sustenta una gran cohesión social ha sido el caldo de cultivo natural de la justificación de la violencia y del ejercicio del acoso fascista al sospechoso (pintadas manifestaciones, culto a los retratos de los héroes).

No es casual que «Patria» sea la historia de dos familias que han sido inmemorialmente amigas y a las que ha enfrentado el “conflicto”. Y cuya historia paralela es la errática, aunque decidida, búsqueda de un perdón que unos han de pedir a los otros y que al final llega. No sabemos sus apellidos familiares, sino solo los nombres de pila, lo que es significativo. Gobiernan a las familias dos «etxekoandreak» (amas de casa), Miren y Bittori, que dominan a dos maridos —el Txato, la víctima mortal de un atentado terrorista, y Joxian, torpe, cobarde y sentimental— y a los cinco hijos que encarnan toda la gama de biografías de una sociedad que ha ido pasando de la vida pueblerina a la propia de una clase media semiurbana. Hay un médico, lúcido y algo reservón, Xabier; un escritor en euskera que acepta su homosexualidad, Gorka; un terrorista que purga su culpa, Joxe Mari. Y dos mujeres que, en el fondo, heredan —cada cual a su modo— la resistencia, el empeño y el fracaso de sus madres: Nerea, la aparentemente errática y egoísta pero que crece moralmente con el paso de las páginas, y Arantxa, la marcada por su mala suerte y a la que un ictus convierte en una inválida. Y en uno de los personajes más logrados y emotivos de la novela, quizá el mayor y mejor de todos.

El orden del relato se ha sedimentado en un centenar de capítulos breves que adoptan la unidad de un cuento. No los unifica la cronología estricta, sino una sucesión de naturaleza emocional. También se ha diluido adrede (y con gran efectividad) la responsabilidad narrativa: no sabemos quién cuenta porque las frases —casi ráfagas— escritas en primera persona se mezclan con las formas del estilo indirecto libre y con la presencia mayoritaria de un narrador que todo lo gobierna y organiza. Y que quizá se autorrepresenta como el novelista que, al final (en el capítulo ‘Si a la brasa le da el viento’), habla de sus novelas vascas en un acto organizado, tras el abandono de las armas por parte de ETA, al que significativamente asisten muchos personajes reales y otros de nuestra ficción. El resultado estético es un estilo urgente y minucioso que parece nacer de la misma historia contada y que busca abarcarlo todo: a través de esos diálogos expresivos en los que se usa el castellano hablado en el país (con los verbos en condicional, que sustituye al pretérito imperfecto de subjuntivo) o mediante la búsqueda de la mayor precisión en los mecanismos psicológicos de los personajes que lleva a que, a menudo, los conceptos se expresen en formas alternativas o complementarias separadas por barras: “presentía/deseaba”, “estaba todo hablado/roto”, “se indignó/inquietó”.

«Patria» es, sobre todo, una gran y meditada novela. Pero la tradición del género lleva incluida la virtud de explicar a sus contemporáneos algo del mundo que les ha tocado vivir, o que forma parte de su herencia: amalgamar evocación y análisis. Lo hicieron los «Episodios nacionales», de Galdós, justo cuando hacía falta recordar y suturar discordias civiles, y lo hizo «Guerra y paz», de Tolstói, cuando corría riesgo de olvido el origen de la Rusia moderna. Lo mismo están logrando ahora las novelas de Fernando Aramburu.

José-Carlos Mainer. Babelia


 

Textos

Tras la siesta, el Txato tomó café; en realidad, un culo frío que quedaba en la cafetera. Bittori, que lo oyó gruñir, se ofreció a hacerle uno nuevo; pero el Txato, fuera porque la vio amodorrada en el sofá, los brazos cruzados en actitud de dormir una cabezada, o porque lo acuciaba como siempre la prisa, rechazó el ofrecimiento.

—Con lo que hay voy que chuto.

Salió de casa. ¿A qué hora? Pues faltaba poco para las cuatro. Y a ella la apenaba ahora no haber ido al recibidor a darle al Txato un beso que igual podía haber sido el último de su vida, Dios quiera que no. Habría preferido emplear su energía en una despedida más entrañable, después de tantos años de matrimonio y dos hijos, a malgastarla en una estúpida conversación sobre café caliente o frío.

—Pues si me preguntas, te diré que sólo me acuerdo de los ruidos. Primero el de la puerta cuando se ha ido a trabajar, luego sus pasos en la escalera, luego nada, yo en el sofá con los ojos cerrados, pensando: a ver si duermo media horita. Y de repente, los tiros. No me preguntes cuántos. Pero que eran tiros, vamos, yo eso no lo he dudado un momento. Entonces he corrido al balcón. He visto al Txato caído en la acera y a nadie más. Yo no he visto al que ha disparado, si es que era uno. Bueno, tampoco me he quedado mirando, sino que he bajado a todo correr a la calle y, al ver la sangre, pues ya me he puesto a gritar como una loca. ¿Tú crees que ha venido alguien a echar una mano? Porque yo quería levantar a tu padre. Me digo: a este hombre yo lo tengo que poner de pie. Pesa mucho. Entre dos o tres lo levantamos, pero no ha venido nadie. Así que me he puesto a hablarle. Y fíjate qué alterada estaba que le he dicho: te quiero. No nos lo hemos dicho nunca. Ni de novios. No nos salía decirlo. Si eso, nos lo demostrábamos y punto. Pero es que yo tenía que hablar y hablar o este se me va. Y por lo menos, mira, si se va a la tumba, que sepa que le he querido. Nadie me ha echado una mano. La calle, sola. Las ventanas, cerradas. Y qué manera de llover. Ya te digo, nadie. Alguno que habrá visto todo desde detrás de un visillo, ha debido de llamar a la policía y a la ambulancia. De otro modo no me explico cómo han venido tan pronto. A los diez minutos, la Ertzaintza ya estaba aquí. Y un poco más tarde, la ambulancia.

[…]

Y salió en dirección al garaje. ¿Corriendo? Sólo los tres primeros pasos. Después redujo la velocidad. En realidad, ni andaba ni corría, lo uno por no alargar el tiempo de exposición a la lluvia, lo otro por no resbalar en el suelo mojado. Lo que hizo fue adoptar un trotecillo de hombre culón metido en años. Recorrida una docena de metros, ya ni eso. A fin de cuentas guardaba ropa de repuesto en la oficina.

Y qué manera de llover. La madre que me. Ni que hubieran estado esperándolo las nubes para vaciarse todas de golpe sobre él. En el borde de la calzada se había formado un arroyo. Aún no habían dado las cuatro de la tarde y ya parecía que entraba la noche en el pueblo. Y a esas horas todavía es pronto para encender el alumbrado público.

Una figura joven, ágil, borrosa, surgió de entre dos coches aparcados junto a la acera de enfrente. La capucha impidió al Txato verle los ojos. Venía hacia él, pero no directamente. ¿Quién? Un individuo de algo más de veinte años, algún chaval del pueblo que se protegía del chaparrón agachando la cara. De un salto alcanzó la acera por detrás del Txato. El Txato siguió su camino y ya le faltaba poco para llegar a la esquina

Entonces, a su espalda, muy cerca, sonó un “disparo.

Y después otro.

Y otro.

Y otro.

[…]

La segunda, ¿o fue la tercera noche?, lo sometieron a descargas eléctricas. Desnudo, con el pasamontañas, tirado en el suelo áspero, le aplicaban los electrodos en las piernas, en los testículos, detrás de las orejas. Se contrae, bota, grita. A veces su cuerpo experimenta una violenta sacudida cuando ellos hacen chisporrotear los electrodos a corta distancia para asustarlo. Y más preguntas y más golpes, palazos en la frente y en la espalda y en los hombros. Quieren saber cuándo ingresó en ETA, quién lo fichó, cómo eran los entrenamientos, quién instruye, quién manda. Y golpes y electrodos. Lo llevaron al forense, el cuerpo punteado de corros rojizos, pequeñas quemaduras y alguna que otra herida sangrante. El médico se las cubrió con una pomada. Le dijo que eran las seis de la tarde.

Fernando Aramburu  Fernando Aramburu. Patria

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2 respuestas a Lectura: «Patria», de Fernando Aramburu

  1. Lecturafilia dijo:

    Es una novela que muchas personas están loando, y que no sé muy bien si leer o no. Me está tentando en demasía. No sé por qué, pero al leer las reseñas pienso que será similar a los últimos libros de Almudena Grandes, escritora que me encanta. ¿Has leído algo de ella?

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