Nadie vuelve a ser el que era después de Faulkner. Rodrigo Fresán

Nadie vuelve a ser el que era después de Faulkner, para quien no parece haber épocas ni fronteras. Así, el muy faulkneriano Salman Rushdie certifica su influencia en la India y en África. Y, por supuesto, en nuestro idioma. En Latinoamérica (ese sur que comienza al sur del sur de Las palmeras salvajes; de ahí que para García Márquez El villorio sea “la mejor novela sudamericana jamás escrita”). Y en España (donde Juan Benet lo abrazó con un “es el escritor que más he admirado, el que más he leído, es una constante en mi vida, me ha influido como el cielo que me ha visto nacer o como el mismo lenguaje… No dejaré de leerlo nunca, para mi propio estímulo, en los años que me queden de vida. Y por eso nunca llegaré a conocerlo” y Javier Marías consideraba que “cualquiera que tenga curiosidad por la novela del siglo XX en cualquier idioma tiene la obligación de leer a William Faulkner”) y otros paladines del hombre como Antonio Muñoz Molina y José María Guelbenzu se suman a la fiesta.

Rodrigo Fresán.

William Faulkner
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