
‘Los reyes de la casa’, de Delphine de Vigan: de víctima a verdugo a través de las redes sociales
La escritora francesa denuncia la sobreexposición digital de la vida familiar en una novela con aires de ‘thriller’
Textos
Tiempo después, aquella sonrisa permanecería en el recuerdo de Clara intacta y precisa, por encima de todas las demás. Su padre era el rey de las sentencias y de los aforismos, de las profesiones de fe y de las teorías alambicadas, elaboradas a partir de fórmulas matemáticas que se divertía aplicando a las vicisitudes de la vida cotidiana. Sin embargo, aquella noche había querido decir unas palabras tan sencillas que se le habían ido de la cabeza. Había querido decir: Ten cuidado.
Apenas unos meses después, estaba muerto.
Desde un punto de vista más íntimo -un tema del que nunca hablaba en público-, Clara se había enamorado en dos ocasiones. Y en las dos había acabado renunciando. Una sensación, una disposición, una debilidad propias del enamoramiento, un estado físico, fisiológico, que denotaba ciertas expectativas, o cierta dependencia, o una simple alteración del ánimo, un estado que le daba la impresión de reducir sus facultades en lugar de ampliarlas, acababa siempre por cortarle las alas. Entonces aparecía el miedo, un miedo cerval, irracional, que la llevaba a distanciarse. De su última relación, la más intensa, la más obsesiva, no quedaba más que una correspondencia vía email. Clara escribía correos al hombre que había amado y este, tras varios meses de silencio, había empezado a responderle.
Creían que el Gran Hermano se encarnaría en una potencia exterior, totalitaria, autoritaria, contra la cual habría que rebelarse. Pero el Gran Hermano no había tenido ninguna necesidad de imponerse. El Gran Hermano había sido acogido con los brazos abiertos y el corazón ávido de likes, y cada cual había aceptado ser su propio verdugo. Las fronteras de lo íntimo se habían desplazado. Las redes sociales censuraban las imágenes de tetas y culos. Pero a cambio de un clic, de un corazón, de un pulgar levantado exponíamos a nuestros hijos, a nuestra familia, contábamos nuestra vida. Cada cual se había convertido en el administrador de su propia exhibición, y esta se había vuelto un elemento indispensable para la realización personal,
A lo largo de todos aquellos años, Sammy había encajado los insultos, las parodias y los motes. Oleadas de odio y de sarcasmo. Sin replicar jamás. Como si nada pudiera hacerle dudar. Explicaba a quien quisiera oírlo que estaba labrándose un futuro. Que sería famoso y ganaría mucho dinero.