Os extraño, tardes de invierno
con vuestras luces tenues.
Los labios cerrados de mi madre
y nuestra respiración contenida
cuando nos sentábamos a la mesa del comedor.
Los largos y finos dedos de ella
apilando los naipes,
después esperando que cayesen.
El sonido de botas en la calle
hacía que nos quedáramos quietos por un instante.
No hay mucho más que contar.
La puerta está cerrada con llave,
y en una ventana coloreada de rojo
un único árbol en el jardín,
sin hojas y contrahecho.
