El arte de piratear el Ulises. Eduardo Huchín Sosa

Como todos sabemos (porque los suplementos culturales no se cansaron de recordárnoslo), el 2 de febrero de 1922, James Joyce recibió sus dos primeros ejemplares del Ulises. La edición parisina de Shakespeare and Company había sorteado todo tipo de dificultades, entre ellas las acusaciones de obscenidad que se habían dirigido contra algunos capítulos publicados por The Little Review y que impedían su comercialización en Estados Unidos. En El libro más peligroso, Kevin Birmingham firma una exhaustiva investigación no solo acerca de Joyce y sus editores, sino de los abogados, censores, jueces, contrabandistas y mecenas que participaron en un largo estira y afloja de casi dos décadas para llevar al Ulises de la clandestinidad al canon. Una historia no tan publicitada comenzó también aquel 2 de febrero: la de la piratería del libro en Estados Unidos. Uno de los motivos por los que Joyce había aceptado la edición de Shakespeare and Company, al mando de Sylvia Beach, era que no estaba dispuesto a mutilar las partes “problemáticas” de su manuscrito, como el editor neoyorquino W. B. Huebsch le había sugerido un par de años antes. “Yo quería que Joyce comprendiera que estaba poniendo en peligro lo que más apreciaba –se justificó Huebsch en una carta–, es decir, la publicación íntegra del libro. Al imprimirlo en París estaba dejando la puerta abierta para que un pirata lo imprimiera después de sesenta días y, a fin de evitarse problemas, eliminara también los pasajes ofensivos.” ((Robert Spoo, “Copyright protectionism and its discontents: The case of James Joyce’s Ulysses in America”, en The Yale Law Journal, vol. 108, núm. 3, diciembre de 1998, p. 643.)) Por desgracia, la profecía de Huebsch se cumplió casi al pie de la letra. La legislación de la época protegía aquellas obras impresas dentro de los límites de Estados Unidos y, a fin de favorecer a la industria local frente a las importaciones, establecía un plazo de pocos meses para que un libro editado en otro país tuviera una reedición estadounidense. Con la publicación en París, Ulises quedó en un limbo legal que cien años después todavía es materia de debate entre especialistas: para algunos, el libro había pasado en automático a ser del dominio público mientras que, para otros, los derechos de autor del Ulises se habían vuelto inaplicables. El matiz no era menor, explica Robert Spoo en su muy esclarecedor ensayo “Copyright protectionism and its discontents: The case of James Joyce’s Ulysses in America”: los derechos de autor inaplicables podrían recuperarse en algún momento, pero rara vez alguien renacía del dominio público como si se tratara del Ave Fénix. Cualquiera que fuera la situación real, en términos prácticos el Ulises quedaba a merced de todo individuo que quisiera publicarlo en territorio estadounidense. O que, más bien, se “arriesgara a publicarlo”, porque, después del juicio perdido por obscenidad en 1920, la obra había adquirido un aura clandestina que la había vuelto deseable y a la par blanco de la vigilancia de los servicios de aduanas, oficinas postales y fanáticos antivicio. Hubo, sin embargo, gente que apostó por llevar el Ulises a la mayor cantidad de lectores, incluso contra…

Origen: El arte de piratear el Ulises | Letras Libres

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