Confía en el lenguaje, me digo, ese sutil ejército capaz de descubrir y conquistar las más ignotas tierras, de hacer reales y tangibles hasta los mismos espejismos. Deja que las palabras fluyan, no las obligues ni aún menos las maltrates, haz con maña y dulzura tu oficio de pastor, y deja que ellas busquen los mejores pastos, que hagan sonar sus esquilas a su ritmo y manera. Tú cuida solo de que no se desmanden. Guíalas y déjate guiar por ellas, porque eres su pastor y también su sirviente.
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No hay quizá mayor logro literario que conseguir que un sustantivo adquiera toda la mágica potencia que tuvo en sus orígenes.
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Qué inmenso poder tiene el lenguaje, creador de realidades que, cuando fraguan, resultan más fuertes y perdurables que la propia realidad objetiva. Qué belleza y qué horror puede haber en cada palabra que uno piensa o pronuncia o escribe.
