P.: ¿Y qué libro es ése?
R.: El ruido y la furia. Tuve que escribirlo cinco veces, tratando de narrar la historia para liberarme del sueño que seguiría angustiándome hasta que completara mi trabajo. Es una tragedia de dos mujeres que andan perdidas: Caddy y su hija. Dilsey es uno de mis personajes favoritos, porque tiene coraje, es valiente, generosa, amable y honesta. Dilsey es mucho más valiente, honesta y generosa que yo.
P.: ¿Cómo surgió El ruido y la furia?
R.: Empezó con una imagen mental. Al principio no era consciente de que tenía valor simbólico. Era la imagen de una niña sentada en lo alto de un peral con las bragas manchadas de barro. Desde allí, a través de una ventana, veía el funeral de su abuela y lo que estaban haciendo abajo sus hermanos. Cuando descubrí quiénes eran, qué estaban haciendo, y por qué aquella niña tenía las bragas manchadas de barro, comprendí que sería imposible contar esa historia en forma de relato corto, y que tendría que escribir una novela. Entonces entendí el simbolismo de las bragas sucias y cambié esa imagen por la de la huérfana bajando por el caño del desagüe para escapar de la única casa que tenía, donde nunca la habían com- prendido y nunca había recibido ningún tipo de amor o afecto. Empecé a escribir desde el punto de vista del deficiente mental porque pensaba que el relato sería más efectivo narrado por alguien que sólo es capaz de saber lo que ha ocurrido, pero no por qué. Pero vi que no había contado la historia que quería contar, de modo que lo intenté de nuevo, y escribí la misma historia desde la perspectiva de otro hermano. El resultado seguía sin convencerme. Trate’ de juntar las distintas piezas y rellenar los huecos introduciéndome a mí mismo como narrador. Y, aun así, el libro seguía sin estar completo. No lo estuvo hasta quince años después de su publicación, cuando, en el apéndice de otro libro, hice un esfuerzo final para cerrar la historia y sacármela de la cabeza. Sólo así podría descansar. Ésa es la novela a la que más cariño tengo. No podía quitarme de encima la historia, y nunca fui capaz de contarla bien, a pesar de mis denodados intentos. De hecho, lo intentaría de nuevo, pero volvería a fracasar.

(«The Paris Review». Entrevistas 1953-1983)