Me gusta Chéjov, ese médico que cuenta casi riéndose situaciones llenas de dolor. La habilidad de Chéjov es lograr que ese dolor sea intuido por los lectores, sacado por los lectores mismos desde ese fondo negro inexplicado. Ahí está el arrojo y la aventura de un lector: poner todo de sí, volcar su propia experiencia en la lectura, aceptar el juego, la invitación que el autor hace, como los chicos cuando dicen «dale que ahora somos piratas y atacamos un barco y le prendemos fuego». El lector, el buen lector, contesta sí, dale, e inventa también el juego a su vez. Porque uno abre un libro y lo espera todo de ese libro. Uno está dispuesto a darse entero en la lectura, a darle atención, silencio, uno renuncia a la realidad cuando se abstrae leyendo, se transparenta, se ausenta. Está bien inventada la expresión volcarse a la lectura, porque uno se vacía hacia la palabra escrita y entrega la imaginación a esa existencia paralela, dispuesto a dejarse llevar…
