Porque la memoria es lo que resiste al tiempo y a sus poderes de destrucción, y es algo así como la forma que la eternidad puede asumir en ese incesante tránsito. Y aunque nosotros (nuestra conciencia, nuestros sentimientos, nuestra dura experiencia) vamos cambiando con los años, y también nuestra piel y nuestras arrugas van convirtiéndose en prueba y testimonio de ese tránsito, hay algo en nosotros, allá muy dentro, allá en regiones muy oscuras, aferrado con uñas y dientes a la infancia y al pasado, a la raza y a la tierra, a la tradición y a los sueños, que parece resistir a ese trágico proceso: la memoria, la misteriosa memoria de nosotros mismos, de lo que somos y de lo que fuimos.

Ernesto Sábato
A la memoria, D. Miguel, la llamó Cela acertadamente «esa fuente del dolor». He sido sólo un esporádico lector del gallego, pero qué curioso que titulara uno de sus volúmenes de memorias, valga la redundancia: «Memorias, entendimientos y voluntades», basándose en las que antiguamente se llamaban tres potencias del alma.
Sin embargo, prescindiendo del lirismo, del memorialismo, y de su enorme utilidad en las Letras, que yo creo que se escribe desde y para la memoria. Ella nos sirve en estos momentos de máxima preocupación y enorme contrariedad (y me quedo muy corto), para recordar que tuvimos una vida en la que podíamos desplegar nuestras capacidades, y estar con nuestros seres queridos sin trabas, así como acercarnos a los demás, cosa tan mediterránea, y esperar volver algún día a esa vida.