El ensayista, escritor y profesor, fue crítico literario de The New Yorker desde 1966 hasta 1997
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Con George Steiner es como si se me muriera un pariente lejano a quien no he podido tratar tanto como me hubiera gustado. Ha muerto una época, no ya un bradburiano hombre-libro sino un hombre-biblioteca, un intelectual de aquellos años en los que se escuchaba a los intelectuales, en los que el propio término no estaba devaluado.
Piénsese que a Steiner le leía su padre “La Odisea” en el original. Eso me impresionó. No es raro que se encontrara incómodo ya en nuestro mundo urgente y apantallado.
Descanse en paz, maestro.
No he dejado de pensar en Steiner, y en cómo se hubiera reído, probablemente, al ver el trato que los medios audiovisuales (los noticieros o «telediarios») han dado a su fallecimiento. El que él hubiera esperado. Que yo sepa: la total indiferencia, al menos en España.
Es congruente con alguien que vivió en un mundo (su mundo), en general, de letra impresa, y que dio poca importancia, ay, a la imagen. Pecado máximo e imperdonable en nuestros días. Alguien que se dedicó a leer, a pensar y a escribir, ocupaciones todas ellas sin mayor importancia, reconozcámoslo.
Bueno, pues algunos, que vamos un poco por libre, y cada vez más nos vemos obligados a circular por las orillas de la vida, le recordaremos.