Lo que sí me interesa asentar a modo de preámbulo -bien lo saben aquellos que alguna vez hayan optado por el agua antes que por el aire- es que cuando se cabalgan los mares es cuando más lejos y más fuera de todo nos sentimos. Desconfíen, por favor, del discurso vertiginoso de astronautas en órbita. No en vano hay quien aseguró que el hombre no es más que un invento del agua para poder trasladarse de un sitio al otro. Es por eso que, cuando nos arriesgamos a ser uno con las olas, no podemos disimular la sensación de extravío y, al mismo tiempo, la sospecha de estar de regreso en el hogar ancestral después de tanto tiempo lejos de casa.

Rodrigo Fresán, La velocidad de las cosas