Antes que nada la escritura es tal vez un acto de fraternidad. Exige soledad, a veces una soledad profunda y radical, pero esta soledad es a menudo un túnel excavado en tierra fértil —en la imaginación y en el narcisismo, en la compasión y en la indiferencia, en la ternura y en la arrogancia, en la música y en la ambición, en la sangre y en la tinta— que conduce hacia otra gente. Incluso los suicidas escriben cartas. Los poetas se matan. Los críticos matan a los autores. Los lectores se aburren pronto y ahogan los libros como si fueran gatitos recién nacidos. Pero ¿dónde está dicho que la fraternidad es fácil? Miren, si no, la Biblia…

Adam Zagajewski