
Los indicios del Holocausto en ‘Los libros de Jacob’, la «obra magna» de la Nobel Olga Tokarczuk
La novela, que llega a España tras ser publicada en 2014, está inspirada en el personaje real Jacob Frank, un joven judío autoproclamado mesías
Origen: Los indicios del Holocausto en ‘Los libros de Jacob’, la «obra magna» de la Nobel Olga Tokarczuk
Textos
El trocito de papel tragado se detiene en el esófago en algún lugar cercano al corazón. Se empapa de saliva. La tinta negra preparada para la ocasión se disuelve lentamente y las letras pierden su forma. En el cuerpo humano, la palabra se parte en dos, en sustancia y esencia. Cuando la primera desaparece, la segunda, al carecer de forma, se deja absorber por las células del cuerpo, puesto que la esencia busca constantemente un soporte material; incluso cuando esto haya de ser fuente de desgracias.
Primero Nachman evoca a la novia. Cuando habla de ella, de Chana, hija del gran Tova, inconscientemente hace unos suaves gestos con la mano, muy delicados, gracias a los cuales sus palabras se vuelven aterciopeladas. Los ojos del viejo Shor se entornan un instante en una especie de sonrisa de aprobación: es así como hay que hablar de las novias. Los oyentes asienten satisfechos con la cabeza. La belleza, la dulzura y la sagacidad de las novias son la esperanza del pueblo entero. Y cuando vuelve a oírse el nombre del padre de Chana, unos cuantos chasquidos recorren la estancia, así que Nachman de nuevo se sume en el silencio con el fin de dar a su auditorio el tiempo suficiente para deleitarse. En cómo el mundo se completa, se recompone. El tikún ha comenzado.
Me tomaba muy a pecho las enseñanzas de Isochar. Él solía decir que existían cuatro tipos de lectores. El lector esponja, el lector embudo, el lector tamiz y el lector cedazo. La esponja absorbe todo lo que le echen. Está claro que después recordará muchas cosas, mas no sabrá extraer lo fundamental. En el embudo todo lo leído entra por un extremo pero se pierde por el otro. El tamiz deja pasar el vino mas retiene los posos; de esta manera no debería leer nadie, mejor que se dedique a la artesanía. Finalmente, el cedazo separa las malas hierbas para obtener el mejor grano. «Me gustaría que fuerais como el cedazo y no retuvieseis aquello que es malo y aburrido», nos solía decir Isochar.
Por más que quisiera, me veo incapaz de contarlo todo, pues las cosas están tan fuertemente relacionadas que en cuanto la punta de mi pluma toca una, de inmediato acuden otras y al cabo de un instante se desparrama ante mí un mar inmenso. ¿Qué dique pueden constituir para él los límites de mi folio o la línea del recorrido de mi pluma? ¿Cómo podría expresar todo aquello que recibió mi alma en el curso de esta vida, y, además, en un solo libro?
¿Por qué Shor dio a su amada hija el nombre de Chaja? ¿Cómo sabía que esa niña nacida de madrugada en una habitación asfixiante por el vapor de agua de las ollas puestas sobre la estufa para calentar la casa en un gélido enero se convertiría en su hija más amada y en la más sabia? ¿Sería por ser concebida la primera, de su mejor simiente, en plenitud de fuerzas, cuando los cuerpos de su mujer y el suyo propio eran tersos, elásticos y puros, sin mácula, y sus mentes llenas de buena fe, intactas? Y eso que la niña nació muerta, no respiraba, y el silencio que se produjo tras aquel dramático parto fue sepulcral. Él se espantó ante la idea de que la pequeña muriera. Se espantó de la muerte, que andaría ya rondando la casa. Y solo después de un momento, cuando la comadrona usó algunos de sus susurros y conjuros, la niña se atragantó y gritó. Así que la primera palabra que le vino a la mente relacionada con esa criatura fue chajo, es decir, «vivir». Chajim significa «vida», pero no la vegetativa, no la meramente corporal, sino una que permite rezar, pensar y sentir.
