Sin miedo al anacronismo ni a la opción por las causas perdidas, quiero proponer no tanto una defensa sino un elogio del libro y la lectura. Si toda la ética se resume en la frase “No hagas a los demás lo que no quieras para ti mismo”, a nadie le hace daño mi propuesta: Haz cuanto esté a tu alcance para que los demás obtengan el placer que los libros te han dado día tras día durante más de medio siglo.
Ezra Pound habló en un poema de lo que serían los Estados Unidos si los clásicos tuvieran más circulación. Pienso por mi parte en lo que México sería si los mexicanos tuvieran en el campo literario el cinco por ciento de la sabiduría técnica y la información histórica que poseen acerca del futbol.
Sin duda el desnivel se debe a que el futbol es un espectáculo de masas y un gran negocio y la literatura no, excepto para uno entre cada mil escritores. Ni siquiera vale la pena comparar el dinero invertido en una y otra actividad o los espacios que los periódicos, la radio y la televisión dedican a las artes frente a las secciones consagradas a los deportes que han dejado de serlo para transformarse en variantes de la guerra.
Aprovechemos otra vez la fuerza del contrario. Pensemos en la estrategia futbolística aplicada a la lectura. Nunca es tarde para empezar, pero todo se facilita si el hábito comienza en los primeros años. Se dice que quien ha adquirido desde muy temprano la alegría de leer puede tener la certeza de que nunca será completamente desdichado. No es lo mismo aprender naturalmente nuestra lengua materna que asistir a horas fijas a un laboratorio de lenguas y presentar exámenes.

(La lectura como placer)
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