
Ida Vitale (Montevideo, 1923) es autora de una obra íntima, inteligente y precisa. Ha publicado una veintena de poemarios y catorce libros en prosa, entre ellos El abc de Byobu (2005), una obra inclasificable que podría definirse como una explicación vital sin datos biográficos. “‘Byóbu’ es la palabra japonesa de la que deriva biombo”, me dijo una tarde de otoño en Austin, Texas, donde vive desde los años ochenta.Cuando le advertí que había sacado de la biblioteca más de veinte libros suyos, me dijo: “¡No he escrito tanto!” Tradujo a Pirandello y D’Annunzio, a Molière y Boris Vian, a Simone de Beauvoir y Gaston Bachelard. Escribió ensayos, prologó libros, publicó prosas que no se dejan encasillar en un género bien delimitado. Pero Ida Vitale es, ante todo, poeta. El año pasado recibió el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y el Premio Internacional Alfonso Reyes.En 1953 publicó su segundo poemario, Palabra dada, en el que aparece “Sobrevida”: “[…] Dame, en cuanto cierre / los ojos de la cara, / tus dos manos de sueño / que encaminan y hielan, / dame con qué encontrarme, / dame como una espada / el camino que pasa / por el filo del miedo, / una luna sin sombra, / una música apenas oída / y ya aprendida, / dame noche verdad / para mí sola, / tiempo para mí sola, / sobrevida.” Hay una oposición implícita entre vida, la vida a secas, y sobrevida, una especie de don para escucharse a uno mismo y para acceder a una verdad íntima. La sobrevida es también una conquista, algo que procuramos alcanzar y que ella ha buscado a través de la escritura.Ida Vitale tenía treinta años cuando publicó Palabra dada. Hoy tiene 92 y, como no es solemne, sospecho que no protestaría demasiado si dijera que la sobrevida ha consistido en aproximarse a la centena con lucidez, con proyectos, con amigos.Durante la entrevista intentamos superar la incomodidad de hablar de cosas serias, porque nos conocemos en un mundo gozosamente extraliterario. Después de conversar sobre sus ideas literarias, sus libros y la novela que está por terminar, bebimos una copa de vino rosado y, sabiendo que es mi favorito, me dijo en su muy uruguayo acento: “parece pipí de mariposa”. Si van a hacer escarnio de ti, que lo haga un poeta.