
Crítica de «Invierno»: todo se ilumina
La segunda entrega del ‘Cuarteto estacional’ de Ali Smith es un radiante homenaje a Dickens e incluso a Shakespeare
Origen: Crítica de «Invierno»: todo se ilumina
Textos
Dios había muerto: para empezar. Y el romanticismo había muerto. La gallardía había muerto. La poesía, la novela, la pintura, todas habían muerto, y el arte había muerto. El teatro y el cine habían muerto. La literatura había muerto. El libro había muerto. El modernismo, el posmodernismo, el realismo y el surrealismo habían muerto. El jazz había muerto, la música pop, disco, rap, la música clásica: muertas. La cultura había muerto. La decencia, la sociedad, los valores familiares habían muerto. El pasado había muerto. La historia había muerto. El Estado del bienestar había muerto. La política había muerto. La democracia había muerto. El comunismo, el fascismo, el neoliberalismo, el capitalismo, todos muertos; el marxismo, muerto, y el feminismo también muerto. La corrección política había muerto. El racismo había muerto. La religión había muerto. El pensamiento había muerto. La esperanza había muerto. La verdad y la ficción habían muerto. Los medios de comunicación habían muerto. Internet había muerto. Twitter, Instagram, Facebook, Google, todos muertos. El amor había muerto. La muerte había muerto. Muchísimas cosas habían muerto. Sin embargo, otras no habían muerto, de momento.
Charlotte, hermosa. Más hermosa que nadie. Más sensible y comprensiva que nadie que él haya… La espalda de Charlotte, Charlotte en la cama con su preciosa espalda desnuda, la línea de su columna vuelta hacia él. Charlotte, deslumbrante. ¿Otras palabras para Charlotte? Musical. Atenta. Siempre sorprendiéndolo con su visión periférica, su forma de escuchar las lindes de tus palabras y responder a lo que no sabías que decías, o a lo que intentabas decir sin conseguirlo. Lo poco que se conocía a sí misma. Su tesis universitaria risiblemente sincera sobre las letras de Gilbert O’Sullivan: Ooh Wakka Doo Wakka Day. Lenguaje, semiótica y presencia en el espectáculo popular de la década de los setenta. Su caligrafía. Su perfume. Su amasijo de collares y pulseras. Su abultado estuche de maquillaje en el armarito junto a la cama, el olor de su maquillaje. Su carácter apasionado, su pasión por tantas cosas distintas. Su forma de tomarse el mundo tan personalmente. Su furia y su dolor infinitos por la tristeza del mundo, como si fuera algo personal, como si fuesen afrentas dirigidas específicamente a ella. Su infinita sensibilidad. Su infinita sensibilidad por todo. Su infinita sensibilidad por todo, menos por él. Charlotte, incansable. Charlotte, desesperante. Charlotte haciendo esa cosa irritante de pararse a hablar con todo gato que ve en la calle, en cualquier calle, aquí, allá, de vacaciones en Grecia, siempre que ve un puto gato se pone de cuclillas y alarga el brazo como si Art no estuviese allí, como si el gato no quisiera hablar con él por mucho que él sí quisiera, como si todo el mundo se hubiese reducido únicamente a ella y un gato que ni siquiera conoce, como si ella fuese la única persona del mundo con magnetismo animal.
Lo que él quiere, allí sentado a la mesa llena de comida, es el invierno, el invierno en sí. Quiere la esencialidad del invierno, está harto de esta monótona seudoestación gris. Quiere el invierno real en que los bosques están nevados y los árboles son de un blanco rotundo que realza y lustra su desnudez, en que el suelo está cubierto de nieve como plumas heladas o como jirones de nubes, pero veteado de oro por el bajo sol invernal que penetra entre los árboles, y al final del sendero apenas visible, a lo largo del cauce en la nieve que indica un sendero oculto entre los árboles, la vista y el bosque se abren a una luz intacta e inmaculada, amplia como un mar de nieve, mientras arriba la promesa de más nieve aguarda su momento en el blanco cielo.
Ahora que soy mucho mayor, sabia y agarrotada, me he vuelto mucho menos ambiciosa, dice Iris. Últimamente, ya que nos estamos sincerando, veo esos carteles que dicen no pasar, prohibido el paso, cámaras de seguridad, y pienso que me conformaría con ser un poco de musgo bajo el sol y la lluvia y el paso del tiempo, feliz de no ser más que el musgo que cubre la superficie de esos carteles y verdea sus palabras.