Soy un escritor completamente horizontal. No puedo pensar a menos que este» tumbado, ya sea en la cama o en un sofá con un cigarrillo y un café a mano. Tengo que estar dando caladas y sorbiendo. A medida que avanza la tarde, paso del café al té verde y de ahí al jerez y a los martinís. Nunca utilizo máquina de escribir cuando empiezo, escribo la primera versión a mano (a lápiz). Luego hago una revisión completa, también a mano. Me considero en esencia un obseso del estilo y concedo gran importancia a la colocación de una coma, al peso de un punto y coma. Este tipo de obsesiones, y el tiempo que les dedico, me irritan muchísimo.
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Veamos, estábamos en la revisión completa, el segundo borrador. Luego escribo a máquina un tercer borrador en papel amarillo, un tipo muy especial de papel amarillo. Tampoco me levanto de la cama para hacerlo. Sostengo la máquina sobre las rodillas. Y me funciona muy bien: tecleo cien palabras por minuto. Luego, cuando el borrador amarillo está terminado, dejo descansar el manuscrito durante una temporada, una semana, un mes, a veces más tiempo. Cuando lo retorno, lo leo con la mayor frialdad posible, luego lo leo en voz alta a uno o dos amigos y decido qué cambios quiero introducir y si quiero publicarlo o no. He tirado unos cuantos relatos cortos, una novela entera y otra a la mitad. Pero si todo va bien, mecanografío la versión final en papel blanco y ya está.

Entrevista con Truman Capote (“The Paris Review”. 1953-1983)