A un crítico no le basta con tener razón, porque en ocasiones se equivocará. No le basta con dar razones verosímiles. Debe crear un mundo razonable en el que su lector pueda entrar a ciegas y buscar su camino hasta el sillón junto al fuego sin lastimarse las pantorrillas con el chispazo inesperado. La frase con alambre de púas, la palabra laboriosamente rara, la afectación intelectual del estilo, son todos trucos divertidos, pero inútiles. No ubican nada ni revelan la atmósfera de la época. Los grandes críticos, de los que lamentablemente hay pocos, construyen una casa para la verdad.
