p,; ¿Qué ocurrió entre La paga de los soldados y Sartoris para que empezara con la saga de Yoknapatawpha?
R.: Con La paga de los soldados descubrí que escribir era una actividad muy grata. Pero después me percaté de que no basta con que cada libro tenga un carácter determinado, sino que la obra completa de un autor también debe tener una marca distintiva. La paga de los soldados y Mosquitos los escribí por el placer de escribir, porque me resultaba divertido. Pero cuando empecé con Sartoris comprendí que mi pequeño sello personal, el sello de mi tierra nativa, era digno de constituir un tema literario, y que nunca viviría lo bastante para agotarlo. Descubrí que sublimando lo real en lo apócrifo tendría libertad absoluta para aprovechar al máximo el talento que tuviera. Había abierto una mina de oro con nuevos personajes, de modo que creé mi propio cosmos particular. Podía mover a esos personajes como si fuera Dios, no sólo en el espacio, sino también en el tiempo. El hecho de que haya movido a mis personajes en el tiempo con éxito, al menos desde mi punto de vista, demuestra mi teoría de que el tiempo es un elemento fluido que no existe más que en los avatares circunstanciales de cada individuo. No hay tal cosa como fue, sólo hay es. Si hubiera un fue, no habría dolor y pena. Me gusta pensar en el mundo como una especie de piedra angular en el universo; una piedra angular que, por pequeña que sea, si la retiras colapsa el universo. Mi último libro será el libro del Juicio Final, el libro dorado del condado de Yoknapatawpha. Entonces romperé el lápiz y dejaré de escribir.

(“The Paris Review”. Entrevistas (1953-1983)