No hay vivencia imposible de transmitir. Todo se puede contar. No hay secreto, uno no se puede guardar nada, la exposición es absoluta. El poeta mete todo en la trituradora verbal, queda desnudo. Esa es la intemperie de la poesía. Quedar vacío frente a la palabra. Y además hay una renuncia, una ausencia. Se renuncia a ser una persona real, que trabaja y gana plata y construye algo palpable, y se acepta esa condición algo fantasma, del que no va, falta, se sienta a escribir, entra en la experiencia paralela, redacta, lee, no está presente. ¿Hay algo monacal en eso? ¿Hay un retiro? ¿Se elige realmente esa condición o es una tendencia personal, un vicio melancólico?
Pedro Mairal. Maniobras de evasión