Lectura: ‘Sola’. Carlota Gurt

La escritora Carlota Gurt debuta en la novela con ‘Sola’. SERGI ALCÁZAR

Crítica de ‘Sola’, de Carlota Gurt: El final de la cuenta atrás

La escritora nacida en New Haven debuta en la novela con la sorprendente e impactante ‘Sola’

Origen: Crítica de ‘Sola’, de Carlota Gurt: El final de la cuenta atrás


Textos

Como siga a este ritmo, se me va a secar el cerebro. Tengo que encontrar la manera de salir del laberinto mental de la novela, se me están ajando las ideas de tanto darles vueltas. Dicen que el verde nos animaliza, que desconecta el cerebro abstracto.


Él continúa embalado por mi silencio: que no quiera llenar con un hijo el vacío que me ha dejado el trabajo. Que no me equivoque, dice: ¡que no me equivoque! Pero su voz me llega amortiguada, como si yo estuviera debajo del agua aguantando la respiración y él me abroncara desde la ribera. Lo que me impide oír son las palpitaciones desbocadas de la rabia. La pulsión violenta ensordece.


La cola del paro avanza a paso religioso, y todos los que vamos a comulgar miramos el suelo, concentrados en nuestros pecados, esperando que nos den la hostia para que se nos derrita en la boca y podamos vivir en paz otro mes.


No le he hablado de los higos ni de la novela, tampoco de la bufanda ni del Cubano. Solo de ti. De cuando te conocí, de las zapatillas deportivas rojas que me daban risa, de la cicatriz en el dedo meñique, de la mano muerta que sostuve, de los preciosos dibujos que hacías, del piso pequeño y ordenado donde vivíamos nuestra vida pequeña y ordenada, de los hijos que queríamos y que no vinieron, de tu madre de una pulcritud francesa que me hacía sentir insignificante y grosera, de cuando fuimos a Finlandia aquel invierno hace tantos años y te rompiste el peroné, de tu crema delirante de patatas, trufa y huevo escalfado, de la vida en pareja como un tren que recorre el mismo trayecto una y otra vez, al final ya sin conductor, del último día que hicimos el amor, del sexo que a veces era triste y a veces efervescente, de cómo me agarrabas por la cintura cuando íbamos por la calle y nos obligábamos a acompasarnos para que las caderas no chocasen, de Carlos, que siempre andaba por casa y que ahora me llama y me deja mensajes y yo, miserable de mí, lo evito, de la urna que me dice cosas, de que no sé qué hacer con ella, de todos los recuerdos, que no sé si es mejor borrarlos o revolcarse en ellos, porque no hay término medio.


—Hace unos años se murió un buen amigo mío. Vive en un rinconcito de mi cabeza, siempre me acompaña, pero no pienso mucho en él. Es una sombra que llevo conmigo, pero en la que raras veces me fijo. Pero acostumbrarse a vivir con una sombra lleva su tiempo.


Cojo impulso y lanzo la piedra con fuerza. Me va la vida en ello. Si llega más allá del charco de la curva, si supera aquel pino del fondo, si va tan lejos que ni oyes cómo cae, si pones la piedra en órbita, si destrozas el cristal de tu infancia, si consigues que rebote quince veces sobre la superficie del recuerdo de Guim, si la lanzas tan fuerte que la velocidad la hace añicos, si alcanzas el ojo del tiempo y lo dejas ciego, todo será posible. Una apuesta conmigo misma.

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