Ceylán era el paraíso: además de canela, daba al mundo la mejor pimienta, seda, sándalo, índigo y coral. Sí, Ceylán era el paraíso en la tierra. . . entre las cuatro y las ocho de la mañana, los días en que no llovía. El resto del año era una pesadilla. En la época de los monzones, mientras diluviaba en Ceylán dieciocho horas seguidas, el joven cónsul Pablo Neruda escribió enloquecido sus poemas de Residencia en la tierra y después, para rescatarse, se emborrachaba leyendo a gritos el Don Segundo Sombra que le había mandado su amigo Eandi desde Buenos Aires. En la época de sequía, en cambio, hacía tanto calor una tarde en Ceylán que el reloj de bolsillo de Somerset Maugham se detuvo, y sus anfitriones le aconsejaron que, para hacerlo arrancar, debía sumergirlo en un vaso de gin.

(De su libro Yo recordaré por ustedes)