No tengo miedo de morir, tengo miedo de esta tierra ajena, agresiva, tengo miedo del viento (yo que dije que «hay que salvar al viento» ahora digo que «hay que salvarme del viento»), tengo miedo de los árboles salvajes, nacidos porque sí y para nada. Ahora comprendo que no es posible volver a la era en que se hacía fuego con madera y piedras (como hacemos nosotros) porque tal vez la naturaleza esté agraviada de nuestra huida y cada uno que retorna a ella se ve objeto de su odio causado por el desamparo en que la hemos dejado.

Cartas a León Ostrov