La tinta corre por las comisuras de mis labios.
No hay felicidad como la mía.
He estado comiendo poesía.
La bibliotecaria no puede creerse lo que ve.
Tiene una mirada triste
y camina con las manos pegadas al vestido.
Los poemas se han ido.
La luz es tenue.
Los perros están subiendo por las escaleras del sótano.
Los ojos les dan vueltas,
sus rubias patas arden como hojarasca.
La pobre bibliotecaria empieza a patear el suelo y a llorar.
No entiende.
Cuando caigo de rodillas y le lamo la mano,
grita.
Soy un hombre nuevo.
Le gruño y le ladro.
Brinco con alegría en la libresca oscuridad.
