Pero envejecer no es una tragedia, a condición de que la mente no se entumezca, no se aburra del espectáculo del mundo y no reniegue de la curiosidad. A los jóvenes y a los viejos no les separa ningún abismo. El verdadero abismo se abre entre los vivos y los muertos. Y todavía es mayor entre los que nunca nacieron y nosotros, que hemos conocido el sabor de la existencia.
