Al teatro le pido «sentimiento y asombro», como dice Daniel Veronese. Le pido también vigor comunicativo, agudeza de observación y tensión formal. Le pido humor, poesía y arquitectura. Le pido que las palabras brillen sin tintinear y me permitan advertir en cada personaje los saltos y contradicciones de su conciencia. Y le pido que me hagan salir del teatro mejor de como he entrado: elevado, emocionado, intrigado y, sobre todo, entretenido.
