Tardamos en aprender a mirar, en reposar la vista y el tacto en los márgenes, en caer en la cuenta de que tras los marquitos que cuelgan en las casas de nuestras abuelas y nuestras madres hay una belleza incómoda, un dolor, una historia, una genealogía latente, pendiente de que la rescatemos y la hagamos nuestra. Una genealogía a la que pertenecer y en la que reconocerse.
