Un libro, como un viaje, comienza con inquietud y se termina con melancolía.

Para poder escribir tengo necesidades de aislamiento, pero no como un ermitaño, sino como un muerto.

No lean, como hacen los niños, para divertirse o, como los ambiciosos, para instruirse. No, lean para vivir.

Leer nos cura de nuestros prejuicios y nos protege de la estupidez del mundo.
