Lectura: «La pequeña comunista que no sonreía nunca», De Lola Lafon

8 de julio de 1976, Juegos Olímpicos de Montreal. Nadia Comaneci, una jovencísima y desconocida gimnasta de un país remoto, Rumanía, ejecuta su ejercicio en las barras asimétricas. Un ejercicio perfecto. La niña de catorce años deja a todos patidifusos y hace saltar por los aires el marcador electrónico, que no preveía la posibilidad de que un ser humano alcanzara la perfección. Nadia obtiene el primer diez en gimnasia de la historia olímpica. A partir de ese momento epifánico, la historia de la pequeña Nadia es la de una criatura adorable que conquista el corazón del mundo entero: el «hada de Montreal». Pero también la de una niña que en poco tiempo se hace mujer y es sometida por ello a un juicio implacable: «la magia se ha esfumado», sentencia un titular de la época. Y la de una adolescente que vive bajo el régimen comunista de Ceaușescu, encumbrada a la categoría de héroe nacional. Y la de una chica sometida a la vigilancia de la Securitate y al asedio de Nicu, el siniestro hijo del dictador. O la de una mujer que, un mes antes de la revolución que derrocará y ejecutará al Conducator, protagoniza una fuga de película a través de la frontera con Hungría y llega a los Estados Unidos como refugiada política para descubrir que el sueño americano no es precisamente un cuento de hadas.

Lola Lafon. La pequeña comunista que no sonreía nuncaEn todas esas Nadias hurga y rebusca Lola Lafon. Pero no como biógrafa, sino como novelista. A través de un intercambio fabulado de correos y conversaciones telefónicas con la propia Nadia Comaneci, teje una especie de documental ficcionado que llena «los silencios de la historia y los de la protagonista». Y así puede hablarnos sobre la dictadura que reina sobre el cuerpo femenino, siempre sometido a exigencias de eterna juventud.

Y sobre la utilización de los mitos populares, en este caso por parte de la propaganda del régimen rumano. Y sobre la Rumanía de los años ochenta, la de la carestía y el racionamiento, la de los decretos demográficos, la del matrimonio Ceaușescu más recalcitrante, la del sistema de control y espionaje paranoide de la Securitate. Poniendo voz –aunque sea inventada– al hada que encandiló al mundo en 1976, en fin, Lafon reinterpreta su historia personal y la de la Guerra Fría antes de la caída del Muro.

Contraportada de la editorial Anagrama


Texto

El público se ha puesto en pie y de sus dieciocho mil cuerpos procede la tempestad, los pies rugen rítmicamente contra el suelo y, en medio del fragor, el sueco abre y cierra la boca, pronuncia palabras inaudibles, miles de flashes forman una lluvia de destellos heterogéneos, y ella entrevé al sueco, qué hace, abre las dos manos, y el mundo entero filma esas dos manos que le muestra el juez. Entonces la pequeña le tiende también sus dos manos, le pide una confirmación, es un… ¿diez? Él asiente lentamente con la cabeza mientras mantiene los dedos extendidos frente al rostro, centenares de cámaras le tapan a la niña, las compañeras del equipo rumano bailan a su alrededor, sí, cielo, sí, ese uno coma cero cero es un diez.

 

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