Cuando un pájaro va a morir, su canto es sobrecogedor; cuando un hombre va a morir, sus palabras son sinceras.
Confucio
El famoso «Mehr Licht» [«Más luz»] de Goethe (suponiendo que dijera verdaderamente estas dos palabras, o que simplemente pidiera que abriesen los postigos) sugiere una aspiración mística a la sabiduría, al lado de la cual el «¿Dónde están mis gafas?» de Thomas Mann en su lecho de muerte no puede ya sino explicitar una muy prosaica inclinación moderna. En el momento de expirar, el truculento Brendan Behan tuvo aún el gesto de darle las gracias a la monja que le refrescaba la frente: «¡Gracias, hermana, ojalá que sus hijos lleguen a obispos!».
Particularmente conmovedora me parece la muerte de la condesa de Vercellis, tal como la cuenta Jean-Jacques Rousseau, que fue testigo de ella, y a quien la vieja dama «le hizo apreciar la religión católica por su serenidad de espíritu y una pareja alegría», con las que no dejó de entretenerse con todo el mundo durante los dos últimos días de su vida. «Cuando dejó de hablar, ya en los estertores de la agonía, soltó un ruidosa ventosidad. “Bueno —dijo volviéndose—, mujer que se pede no está muerta”. Éstas fueron sus últimas palabras».
Pero las palabras del final más lamentables son las de Pancho Villa. Cogido por sorpresa en el momento de su ejecución, suplicó a un periodista que se encontraba allí presente: «¡No deje que acabe así! ¡Escriba usted que he dicho algo!». Pero éste, en lugar de inventar, como es su costumbre, se limitó a referir esta falta de inspiración en toda su desnudez. ¡Como para fiarse de los periodistas!”
Qué interesante;siempre he pensado que debería escribirse, e investigarse más a fondo , el tema de los últimos instantes de las personas en general ; el final de la condesa de Vercellis me admira, especialmente; ojalá tenga todos tuviésemos esa energía para afrontar así los momentos supremos..
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