En mi vida nunca ha existido nada tan comprimido, tan capaz de transmitirme mi propio poder y dignidad y al mismo tiempo el dolor irremediable del mero hecho de vivir, de seguir adelante. Realmente no creo que sea el único escritor a quien le importa lo que experimentó en sus dieciocho primeros años de vida. Hemingway amaba los relatos de Michigan mucho más, creo yo, de lo que merecían. Mire a Twain. Mire a Joyce. Nada de lo que nos, pasa después de los veinte años está igual de libre de la concien cia de uno mismo, porque para entonces ya tenemos la vocación de escribir. Las vidas de los escritores se dividen en dos mitades. En el momento en que adoptas la vocación de escritor se reduce tu receptividad a la experiencia. Ser capaz de escribir se vuelve una especie de escudo, una forma de esconderse, un modo de transformar demasiado instantánea el dolor en miel; mientras que cuando eres joven, eres tan impotente que no puedes evitar luchar, observar y sentir.

Entrevista con John Urdike (“The Paris Review”. 1953-1983)