Lectura: «El corazón del daño». María Negroni


Textos

Mi madre: la ocupación más ferviente y más dañina de mi vida.
Nunca amaré a nadie como a ella.
Nunca sabré por qué mi vida no es mi vida sino un contrapunto de la suya, por qué nada de lo que hago le alcanza.


Si tuviera que elegir una sola de las posesiones del mundo, elegiría esta escena de infancia: mi padre llevándome a cocoyo por el jardín de las cosas.


En la escena de la infancia, está el mundo.
En la de la escritura, también.
El mismo desorden, la misma felicidad inasible: cada palabra un soldado de plomo, cada sílaba una sortija, cada letra, el vagón de un trencito eléctrico que pasa por las estaciones con su infalible carga imaginaria y regresa, siempre, al punto de partida.


Mi madre mueve las manos. Son las manos más solas del mundo. Las mueve sobre la mesa escabrosa, dividiendo el mundo en objetos propicios y nocivos.


Ella escribió:
Carta a un dolor muy querido,
Con el tiempo aprendo a decir quedamente tu nombre, mientras mi corazón permanece abierto al milagro. Detengo la respiración, oigo el girar de la llave, tus pasos que llegan y un torrente de vital alegría me inunda otra vez. Acercas tu cabeza a la mía, te acaricio el pelo. Qué más da que mis sueños me engañen. Si algún día tropiezas con estas líneas que nunca voy a enviarte, no veas en ellas reproche alguno. No son sino la expresión del amor que no supo transmitir tu
Mamushka


Nunca me fui de la casa de la infancia.
De aquí no me moverán.

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