Reseña
Celebración de la vida, aun en su fragilidad
Origen: Reseña. Sigo aquí, de Maggie O’Farrell – LA NACION
Textos
Mientras escribo esto pienso en el agua negra, en su textura asfixiante, en la fuerza de atracción secreta e invisible que posee. Pienso en el frenesí con el que me agarraban las manos del chico. Está claro qué fue lo que lo impulsó a tirarse al agua helada, a las profundidades del mar, para sacarme. Fue él, y no cualquier otro de los que estaban allí, el que saltó en mi busca. A los dieciséis años yo lo sabía. ¿Cómo no iba a saberlo? Lo sabía por la forma en que volvimos después a casa: él, unos cuantos pasos por detrás de mí, temblando los dos, empapados, descalzos y discutiendo. Lo notaba en su enfado, en las palabras con las que me explicó lo que podía haberme pasado, porque la marea se lleva el agua que hay debajo de la superficie y me podía haber arrastrado a mar abierto, y que no volviera a hacer semejante estupidez nunca más. Lo supe por la forma en que se quedó mirándome cuando entré en el jardín de mi casa, me escabullí sin decir una palabra y desaparecí por la puerta.
(Pulmones)
No me habían hecho el menor caso, no me habían atendido, no me habían creído: no estaba preparada para ese trato. Me encontraba indefensa, bloqueada. Quería irme corriendo de allí y no volver nunca más, pero entonces, ¿cómo iba a nacer mi hijo? Necesitaba ese sitio. Estaba atrapada, embarazada; faltaban menos de cinco meses para que naciera el niño, y ¿qué pasaría si las predicciones de los neurólogos se hacían realidad? ¿Qué haría yo? ¿Qué pasaría si mi cuerpo no podía dar a luz? Había sido una locura quedarme embarazada, puro egoísmo; si no servía para traer niños al mundo tenía que haberlo evitado. ¿En qué estaba pensando?
(Abdomen)
Asiento otra vez, varias veces, porque todavía no puedo hablar. Pienso en lo difícil que debe de ser decir «aborto retenido». Me pregunto si la enfermera habrá tenido que ensayarlo para decirlo con tanta facilidad. Es la típica cadena de sonidos que haría trabarse a un tartamudo, con tanta erre seguida. Siento una alivio pasajero e irracional por no ser enfermera de obstetricia, por no haber elegido esa carrera en particular. Sería horrible empezar a tartamudear al tener que dar a alguien una noticia así, o ser incapaz de pronunciar las palabras. Estoy a punto de decírselo a la enfermera, de felicitarla por lo bien que lo ha dicho, sin ningún tropiezo. Justo a tiempo llego a la conclusión de que no es buen momento.
(Recién nacida y torrente sanguíneo)
Hablan de juncos, de puntos de sutura, de las veces que se los han puesto… tal vez necesiten dejar de hablar un poco de sí mismos, de su situación irresoluble, de las opciones, aunque todas parecen inevitables e inadmisibles a un tiempo. Sin soltarle la mano todavía, él se levanta la camisa y le enseña una cicatriz de la infancia que tiene en el abdomen; ella ve una porción morena de estómago, la cinturilla de los calzoncillos que sobresale por encima de los vaqueros, una línea de vello que desaparece hacia abajo. La mujer quiere dejar de mirar y quiere seguir mirando; quiere morderlo como si fuera un melocotón. Piensa, ¿cómo podemos? ¿Cómo no vamos a poder? Es lo peor, es lo mejor, es lo único; está buscando un sitio resguardado, íntimo; busca la forma de sacar partido de la huida. El momento oscila entre los dos.
(Cráneo)
Cuando eres pequeña, nadie te dice que vas a morir. Tienes que averiguarlo por ti misma. Las pistas pueden ser: que tu madre llore pero finja que no; que te separen de tus hermanos; que los médicos te miren con una expresión concentrada, grave, y con cierta fascinación; que las enfermeras procuren no mirarte a los ojos; que tus familiares hagan largos viajes para venir a verte. Otras señales seguras son: habitaciones de aislamiento en el hospital, terapias agresivas y de estudiantes de medicina.
(Cerebelo)

Maggie O’Farrell