Me gustaría que Halfon fuera sentado a mi lado y preguntarle por qué dejamos la poesía; es decir, por qué dejamos atrás los apegos, lo que nos llenaba y daba sentido por dentro. Le preguntaría cuánto tarda en desaparecer aquello que olvidamos, cuánto perdemos al olvidar un lugar o el lenguaje que nombraba lo que conocimos; por ejemplo, la manta de invierno que usaba Quessant, cada tira de cuero de las tijerillas o la marca de los protectores. Cuánto tardaré en olvidar las especialidades en las que trabajó mi madre en el hospital, el nombre de aquel paciente suyo que tenía mi edad y del que me hablaba a diario porque era incapaz de no trazar un paralelismo entre él y su propia hija, o el nombre de la calle donde ella nació, en un pueblo donde aún nieva. Por qué nos dejamos atrás, le preguntaría, en nombre de qué progreso cerramos esas puertas.
Marta San Miguel: Antes del salto
