Los has visto al ocaso, caminando por la orilla; los has visto parados en los umbrales, apoyados en las ventanas o montados en el borde de una sombra que se mueve con lentitud. Amantes de lo intermedio, no están acá ni están allá, no están adentro ni afuera. Pobres almas, empujadas a la experiencia de lo imposible. Incluso de noche, yacen en la cama con un ojo cerrado y el otro abierto, procurando capturar el último segundo de la vigilia y el primero del sueño, para morar en esa tierra de nadie, en ese lugar espléndido; para contemplar, como solo un dios podría hacerlo, la luminosa conjunción de nada y todo.
