Texto: «Interrupción prematura del viaje». Louise Glück

Las escaleras me resultaron más difíciles de lo que había esperado, por lo que me senté, por así decirlo, a mitad del viaje. Gracias a que había un gran ventanal al otro lado de la barandilla, podía distraerme con los pequeños dramas y comedias de la calle, aunque no pasara nadie conocido, nadie, desde luego, que hubiera podido ayudarme. Tampoco las escaleras estaban en uso, por lo que podía comprobar. Debes levantarte, amigo mío, me dije. Puesto que esto parecía de repente imposible, adopté la mejor alternativa: me preparé para dormir, la cabeza y los brazos sobre el escalón superior, el cuerpo agazapado en el de abajo. Algún tiempo después, una niña pequeña apareció en lo alto de la escalera, de la mano de una mujer anciana. ¡Abuela!, gritó la niña pequeña, ¡hay un hombre muerto en la escalera! Debemos dejarlo dormir, respondió la abuela. Debemos pasar junto a él en silencio. Está en ese momento de la vida en que ni regresar al principio ni avanzar hacia el final resulta soportable; por lo tanto, ha decidido detenerse, aquí, en medio de las cosas, aunque esto lo convierta en un obstáculo para los demás, como en nuestro caso. Pero no debemos abandonar la esperanza; en mi propia vida, prosiguió, hubo un momento como este, aunque fue hace mucho tiempo. Y entonces dejó que su nieta la adelantara para poder pasar junto a mí sin molestarme. Me habría gustado escuchar el resto de su historia, puesto que me pareció, según pasaba, una mujer enérgica, dispuesta a disfrutar de la vida, y al mismo tiempo sincera, sin falsas ilusiones. Pero pronto sus voces se convirtieron en susurros, o estaban ya muy lejos. ¿Lo volveremos a ver cuando regresemos?, murmuró la niña. Para entonces ya se habrá marchado hace mucho, respondió su abuela. Habrá terminado de subir o de bajar, según el caso. Entonces le diré adiós ahora, dijo la niña pequeña. Y se arrodilló junto a mí, entonando una plegaria que reconocí como la plegaria hebrea para los muertos. Señor, susurró, mi abuela me ha dicho que no está usted muerto, pero pensé que quizás esto calmaría sus terrores, y no estaré aquí para cantársela cuando sea el momento.

Cuando vuelva a escuchar esto, dijo, quizás las palabras le resulten menos intimidantes, si recuerda cómo las escuchó por primera vez, en la voz de una niña pequeña.

En Noche fiel y virtuosa. (A través de Isaias Garde)

Louise Glück
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