No sé cuándo se me ocurrió por primera vez que quería ser escritor. Supongo que me sucedió como a tantos y tantos niños de mi generación en este país. Debí de pensar que no estaría nada mal: al fin y al cabo, los escritores eran gente como Lord Byron, Lord Tennyson o Longfellow, o como Percy Bysshe Shelley. Los escritores eran figuras lejanas, como estos nombres que he mencionado, y siendo yo un joven estadounidense, y no precisamente de los que tienen dinero y pueden ir a la universidad, me pareció que formaban parte de una remota clase de personas a las que nunca podría acercarme.
