Delphine de Vigan: «No es fácil expresar gratitud, aunque digamos gracias»
Barcelona, 17 feb (EFE).- Después de «Las lealtades», la escritora francesa Delphine de Vigan vuelve con otra novela breve, «Las gratitudes», en la que reflexiona sobre lo «complicado» que es […]
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—Déjeme ayudarla.
No es tarea simple, debido a la intrépida posición en que se encuentra, con medio cuerpo debajo de la cama y el otro medio fuera.
—Quédese tumbada, señora Seld, así, eso es, los brazos también. Voy a arrastrarla un poco hacia mí, si no le importa, para que pueda levantarse. No se mueva… Cuidado, que tiro… Eso es… Cuidado… No levante todavía la cabeza… Un poquito más, eso es, ya está.
Sin llegar a incorporarse, hace un esfuerzo y se pone de costado para poder verme.
—Ah, buenos días.
Me da la mano como si fuese la cosa más natural del mundo: ella tumbada en el linóleo, incapaz de levantarse por sus propios medios, y yo en cuclillas a su lado. Me examina durante una fracción de segundo, con ojos inquisitivos.
La ayudo primero a sentarse y luego a ponerse de pie. La operación toma su tiempo, pues ambos nos movemos con prudencia.
Con un gesto me reclama el bastón y se lo doy.
Entonces me sonríe como pidiendo disculpas.
—Puedes tutearme y llamarme Michka…
—Perfecto.
—«Señora Seld» por aquí, «señora Seld» por allá, es muy triste vivir rodeada de gente que no te llama nunca por tu nombre, ¿sabes?
Me sorprende su vivacidad.
—Claro, lo entiendo perfectamente. Te llamaré Michka, prometido. ¿Estabas buscando algo cuando he entrado?
—Sí, es que resulta que… Pierdo mucho… A toda prisa. Tengo la sensación de estar perdiendo algo todo el rato, pero no sé qué es… y me da miedo. Me gustaría decir más, pero… estoy incapaz, ¿sabes lo que te quiero decir?
—He leído en tu expediente que sufres un principio de afasia. Supongo que el doctor te habrá explicado los detalles. Significa básicamente que te cuesta encontrar las palabras. A veces no lo consigues y a veces dices otras en su lugar. Depende también del momento, del estado de ánimo, del cansancio…
—¿Ah, sí? No me había dado cuenta.
—¿No estarías buscando las palabras debajo de la cama, Michka?
—Sí, es fosible.
—Yo soy logopeda, ¿sabes lo que es?
—Sí, hasta ahí llego. Fui correctora en una importante… revisita. Durante muchos años.
—Estupendo. Vamos a trabajar muy bien tú y yo, ya verás. Haremos ejercicios, adivinanzas y cosas por el estilo.
Cuando los veo por primera vez, siempre busco la misma imagen: la imagen de antes. Tras sus miradas borrosas, sus gestos inseguros, sus cuerpos encorvados o doblados por la mitad, busco al muchacho o a la muchacha que fueron como quien pretende descubrir el esbozo original de un dibujo repasado torpemente con rotulador. Los observo y me digo: ella también, él también amó, gritó, gozó, nadó, corrió hasta perder el aliento, subió las escaleras de cuatro en cuatro, bailó toda la noche. Ella también, él también cogió trenes, metros, paseó por el campo, por la montaña, bebió vino, se levantó tarde, discutió sobre el sexo de los ángeles. Me conmueve pensar en ello. Voy en busca de la imagen e intento resucitarla, no puedo evitarlo.
Soy logopeda. Trabajo con las palabras y con el silencio. Con lo que no se dice. Trabajo con la vergüenza, con los secretos, con los remordimientos. Trabajo con la ausencia, con los recuerdos que ya no están y con los que resurgen tras un nombre, una imagen, un perfume. Trabajo con el dolor de ayer y con el de hoy. Con las confidencias.
Envejecer es aprender a perder.
Asumir, todas o casi todas las semanas, un nuevo déficit, una nueva degradación, un nuevo deterioro. Así es como yo lo veo.
Y ya no hay nada en la columna de las ganancias.
Un día ya no puedes correr, ni caminar, ni inclinarte, ni agacharte, ni levantarte, ni estirarte, ni encorvarte, ni darte la vuelta de un lado, ni del otro, ni hacia delante, ni hacia atrás, ni por la mañana, ni por la noche, ni nada de nada. Solo puedes conformarte, una y otra vez.
Perder la memoria, perder los referentes, perder las palabras. Perder el equilibrio, la vista, la noción del tiempo, perder el sueño, perder el oído, perder la chaveta.
