En la era de la internet y la televisión satelital instantánea sin darnos cuenta nos hemos vuelto aún más aldeanos. Vivimos encerrados en nuestra aldea virtual, en nuestra aldea real y en nuestra aldea temporal: un hombre que se fascina consigo mismo y al sólo hundirse en el presente omnipresente pierde su pasado y se queda inerte ante el porvenir.
