
Crítica de ‘Independencia’, de Javier Cercas: de donde mana el poder
El escritor ha bordado en esta nueva peripecia de su ‘mosso’ Melchor Marín el mejor engranaje narrativo de su trayectoria
Origen: Crítica de ‘Independencia’, de Javier Cercas: de donde mana el poder
Textos
»Mi padre decía que Cataluña siempre ha estado en manos de un puñado de familias. Ellos mandaban antes del franquismo, mandaron durante el franquismo, mandan después del franquismo y mandarán cuando tú y yo estemos muertos y enterrados… El dinero es una cosa mágica, una cosa inmortal y trascendente. El dinero es la hostia. Es algo muchísimo más fuerte que el poder, porque el poder depende de él, y además sobrevive a todo, empezando por los cambios de poder. Bueno, pues mis tres amigos pertenecen a ese puñado de familias catalanas. Por eso yo me empeñé en ser amigo suyo. Y por eso me doy asco… ¿Seguro que no quieres un poco de whisky?
Te diré más. Los catalanes no sabemos hacer política. Sabemos hacer algunas cosas, pero política no. Haciendo política somos pésimos. ¿Y sabes por qué? Pues porque desde hace siglos el poder político no ha estado en Cataluña. Eso significa que estamos poco familiarizados con él, que no sabemos manejarlo, que en el fondo nos da miedo. Y también significa que, cuando lo tenemos, nos emborrachamos. Claro, el poder emborracha siempre, pero, si nunca lo has probado, emborracha mucho más. ¿Te acuerdas del Procés? Parece que hayan pasado siglos de todo aquello, ¿verdad? Bueno, pues el Procés fue en parte, en grandísima parte, el resultado de una borrachera de poder…
—¿Ese fue el problema del Procés? —Exactamente. El problema fue que se nos escapó de las manos. Verás. —Da otro trago de whisky, chupa su puro y expulsa una nubecilla de humo que queda flotando en el bochorno estival de la terraza—. Nosotros teníamos en la Generalitat a nuestro hombre, que era Artur Mas. Un buen chaval. El heredero del patriarca Pujol y el chico de los recados de su familia. Uno de los nuestros, que hasta hablaba castellano en su casa, como nosotros. Pero las cosas se liaron y a Mas le echaron de la presidencia y dejó a Puigdemont, un don nadie de provincias que no pintaba nada y no tenía ni poder ni predicamento. Todos dábamos por hecho que Mas lo controlaría sin problemas, pero nos equivocamos. Porque Puigdemont era un creyente, un talibán que se tomaba completamente en serio lo que para nosotros era sólo un juego, una añagaza, una estratagema destinada a salir bien parados de la crisis. Para él no era así: él estaba dispuesto a llegar hasta donde hiciera falta, o tenía más miedo de no hacerlo que de hacerlo. Total, un desastre.
Entonces, por un instante, cruza la mente de Melchor una idea peregrina, que durante ese lapso de tiempo infinitesimal le parece, sin embargo, la idea más natural del mundo. Piensa que, dado que Vivales está despierto, podría llamarle por teléfono, hablar con él y forzar entre los dos una intimidad que nunca se ha atrevido a buscar y que, piensa, sería más fácil encontrar a aquellas horas improbables de la madrugada, a muchos kilómetros de distancia el uno del otro, ambos sumidos a oscuras en su respectiva soledad (Vivales en la soledad insomne de su cuarto de eterno solterón, él en la soledad de un coche que circula por un valle remoto de montaña, persiguiendo a una mujer atormentada que huye no se sabe hacia dónde), podría hablarle a Vivales de lo que nunca le ha hablado, piensa Melchor, de su madre y su infancia de huérfano e hijo de prostituta en el barrio de Sant Roc y de todos los padres espectrales que, igual que fantasmas o platillos volantes, inquietaron las madrugadas de su infancia —el hombre que taconeaba con pasos de propietario en el pasillo de su casa, el que caminaba de puntillas tratando de pasar inadvertido, el que tosía y expectoraba como un enfermo terminal o un fumador impenitente, el que sollozaba sin consuelo tras un tabique, el que contaba historias de aparecidos o el que salía al amanecer abrigado en su chaquetón de cuero—, piensa que podría buscar o forzar esa intimidad y preguntarle a Vivales lo que nunca se ha atrevido a preguntarle, y es si, a pesar de que siempre ha sido incapaz de poner su rostro a ninguno de esos rostros invisibles, él es su padre.
