No reconozco ninguna muerte. Y, así, los que han muerto siguen vivos para mí, no porque me exijan nada, ni porque les tema, ni porque pudiera pensar que algo de ellos perdura, sino porque no deberían haber muerto. Todas las muertes ocurridas hasta ahora constituyen un asesinato legal múltiple cuya legalidad no admito. ¿Qué me importan los precedentes sin número? ¿Qué me importa que ni uno solo siga vivo? Los ataques de Nietzsche son como aire emponzoñado, pero un aire que no puede hacer me daño. Lo exhalo ufano y desdeñoso, y me compadezco de él por la inmortalidad que le aguarda.
