No he vuelto a escribir y tampoco podría volver a hacerlo, porque la bóveda de mi mundo interior, apoyada en las columnas de mi literatura, de mis conversaciones conmigo mismo, se encogió y se desplomó, como la estructura demasiado expandida de un pastel recien sacado del horno. La espuma de aquellas páginas, los miles de millones de burbujas que se han fusionado y aplastado unas contra otras ha secado miserablemente, como el rastro de crema de afeitar en una repisa y ahora se reduce a los libros, anticuados, estúpidos y olvidados por todo el mundo. Me siento blandamente infeliz, desesperádamente irónico, he tocado el fondo del lago, llegar más abajo resulta imposible.
