Me llamo Natalia Ginzburg.
Mi padre, Beppino, ama la ciencia y la naturaleza.
Lidia, mi madre, disfruta en cambio con «el placer de narrar». Tengo tres hermanos y una hermana. Vivirán lejos y me bastará la ficción para saber qué les ocurre. Cumpliré con los ritos: nacer, crecer, reproducirme. Algún día moriré. También escribiré libros. Quizá, incluso, plante el cerezo de aquella primavera triste de Pavese.
Oigo el ruido de los huesos arrojados contra la pared. Es la voz de todos los que me formaron: una abuela que amaba el orden, Natalina, la fiel, Leone Ginzburg, mi marido, en los tiempos en que yo aún me llamaba Natalia Levi, y tantos otros.
Me llamo Natalia Ginzburg: soy aquellos que fueron antes de mí.
