Me hallaba viajando en un autobús junto a una veintena de mujeres de negro rigurosamente tapadas. Se les apreciaban tan solo los ojos por una estrecha ranura: caí rendida ante el esmero y la belleza de su maquillaje. Eran ojos de Cleopatras. Bebían agua mineral ayudándose con gracia de una pajita; la pajita desaparecía en los pliegues de la negra tela hasta dar con sus hipotéticos labios. En aquel autobús de línea acababan de poner una película para amenizar el viaje: era Lara Croft. Fascinadas, mirábamos a esa muchacha de relucientes muslos y ágiles brazos que tumbaba a soldados armados hasta los dientes.

(A través de Isaias Garde)