¿Son imaginaciones mías o me parece que cada vez hay menos libros en las casas de la gente? Como si fueran algo anacrónico, algo inútil que, además, cría polvo. Para muchos, parece que leer sea una ocupación de juventud, semejante a escuchar música o ir a los cines de arte y ensayo. Pienso eso y pienso en aquella chica que le decía a otra en el metro: «Me dan muy mal rollo las librerías: están llenas de gente triste.» Ahora bien, la frase «antes se leía más» no deja de ser un cliché. Para desmontarlo bastaría este párrafo del doctor Johnson, que encuentro en los diarios de Uriarte y que, como suele decirse, parece escrito ayer: «La gente, en general, no siente inclinación por la lectura si puede lograr otra cosa que le divierta. El progreso que el entendimiento logra por medio de un libro tiene en sí más de molestia que de placer. Los libros que leemos con placer son obras ligeras, que contienen una rápida sucesión de acontecimientos.»

No es sin bastante tristeza (de eso vamos sobrados) que coincido con el Sr. Ordóñez. Hoy más que nunca leer es un acto de nostálgica resistencia. Los libros no son “chic” o “cool”, en la casa donde haya un pantallón digno de una sala de cine ¿para qué la lectura?. ¿Donde accedamos a una serie televisiva de nueve temporadas y novecientas incongruencias, para qué una novela, un poemario, un ensayo?.
Aún así, D. Miguel, fatigaremos borgianamente los libros hasta el final.
«Me dan muy mal rollo las librerías: están llenas de gente triste.» Esta frase fue como un puñetazo en el estómago. Lo verdaderamente triste es que la lectura se asocie con la tristeza o con la incapacidad de divertirse de otra manera.
Hay personas que consideran “triste” a cualquiera que no sea extrovertido o dicharachero. Estas personas suelen ser, no hace falta decirlo, extrovertidas y dicharacheras, es decir, según muchos, la única forma correcta de ser. El resto sobrellevamos la condena.